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Lost Heaven ~ v. 2.0
12 de agosto de 2010

En estos momentos mi cabeza está llena de palabras en el idioma del mal y vacía de comentarios cómicos, así que os dejo (de momento) con un fragmento del libro que me estoy leyendo ahora (menos mal que existen los pdf, así me evito tener que copiarlo yo :P). A ver si alguien lo reconoce sin buscar en google :P
Bueno, eso sería posible si alguien leyese esto alguna vez :3


Así fue como Rincewind, que corría -con el Equipaje trotando tras él- por los populosos
bazares de Morpork, iluminados por bengalas al anochecer, tropezó con una figura alta
y sombría, se volvió para dedicarle unas cuantas maldiciones, y se encontró frente a
frente con la Muerte.

Tenía que ser la Muerte. Nadie más iría por ahí con las cuencas de los ojos vacías,
claro. Y la guadaña que llevaba al hombro era otra pista. Mientras Rincewind la miraba
horrorizado, una pareja de amantes, riéndose de algún chiste privado, atravesaron la aparición sin darse cuenta de nada.

La Muerte parecía sorprendida, al menos hasta donde puede parecerlo un rostro sin
rasgos móviles.

— ¿Rincewind? -dijo la Muerte, en tonos tan profundos y pesados como puertas de plomo cerrándose en una cavidad subterránea.
— Hummm -respondió Rincewind, intentando apartarse de la mirada sin ojos.
— Pero ¿qué haces tú aquí?

(Bum, bum, lápidas de criptas en sólidas montanas antiguas, comidas por los
gusanos...)

— Hummm... ¿por qué no iba a estar aquí? -se las arregló para responder Rincewind-.
Además, estoy seguro de que tienes mucho que hacer, así que te dejo...
— Me sorprende que hayas tropezado conmigo, Rincewind, porque tengo una cita
contigo esta misma noche.
— Oh, no, no...
— Pero, claro, lo jodido del asunto es que esperaba encontrarte en Psephopololis.
— ¡Pero eso está casi a ochocientos kilómetros!
— No hace falta que me lo recuerdes. Ya veo que se me ha vuelto a descuajaringar todo el sistema. Oye, mira, ¿no te importaría...?

Rincewind retrocedió, extendiendo las manos frente a él como para protegerse. En una
caseta cercana, el vendedor de pescado seco contemplé a aquel loco con interes.

— ¡Ni pensarlo!
— Puedo prestarte un caballo muy rápido -ofreció la Muerte.
— ¡No!
— No dolerá nada.
— ¡No!

Rincewind se dio la vuelta y echó a correr. La Muerte le miró alejarse, y se encogió de
hombros con gesto de fastidio.

— Pues que te den por culo -dijo la Muerte.

Se dio la vuelta, y vio al vendedor de pescado. Con un gruñido, la Muerte extendió un
dedo literalmente huesudo, y detuvo el corazón del hombre. Pero no le sirvió de
consuelo.

Entonces, la Muerte recordó lo que iba a suceder aquella misma noche. No sería
correcto decir que sonrió, ya que, en cualquier caso, sus rasgos estaban
perpetuamente congelados en una sonrisa calcárea. Pero empezó a tararear una
tonadilla, tan alegre como el entierro de un apestado, y -deteniéndose sólo para
robarle la vida a una mosca de mayo, y una de sus nueve vidas a un gato que se
escondía cobardemente bajo la caseta de pescado (todos los gatos ven el octarino)-, la
Muerte giré sobre sus talones y echó a andar hacia el Tambor Roto.
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